Desperté perezoso, con una jaqueca impresionante. Sujetando mi cabeza, para soportar el dolor me erguí preguntándome cuanto tiempo había dormido esta vez. Asomándome cuidadosamente por el tragaluz contemplé la noche estrellada. Tenía algo de hambre pero sabía que no había nada que comer, así que simplemente me senté en el borde del catre a pensar. Inmediatamente se vinieron a mi cabeza muchos recuerdos agradables; y otros no tanto. Mientras pensaba en todo aquello, mis ojos dieron con esa cicatriz en mi muñeca

“¡Que idiota!” pensé sonriendo.

Recuerdo ese día... Con mis ropas manchadas de sangre, había llegado a mi casa preocupado, pensando en lo que podía llegar a pasar si mis viejos si se enteraran. Pero los viejos son sabios y no hace falta esconderles las cosas. Ellos se dan cuenta de todo, y siempre terminas escuchando esa vocecita de tu vieja diciendo “¡Te lo dije! ¡No te metas en líos!” Pero bueno la mayoría (me incluyo) somos unos tarados y lo peor de todo es que no nos damos cuenta de eso, hasta que es demasiado tarde. Ese grupo de gente que frecuentaba no era la indicada, y luego de cruzar la línea, me arrepiento de haber tomado aquella vida. Ahora tengo una cicatriz que me dice constantemente... tarado.

Me levante del catre y subí las escaleras para salir del sótano. La puerta estaba cerrada con llave. “¿donde habrá quedado esa llave?” busque en el bolsillo del pantalón y allí la encontré. La cerradura estaba oxidada al igual que las bisagras. Al abrir la puerta, millones de partículas de polvo salieron volando por todos lados, tosiendo cruce rápido el marco. Camine por esa casa abandonada hasta salir por la puerta trasera. La noche estaba fresca... como aquella noche.

Recuerdo esa noche... ella estaba en mis brazos completamente desangrada, no comprendía que era lo que sucedía, porque todo había sido muy rápido. “¡¡¡Porqueee!!!” gritaba una y otra vez. Es feo ese momento y no se lo deseo a nadie. Me sentí confundido, era como si ellos quisieran dejarme solo, sin nadie en el mundo por quien preocuparme. Y al día siguiente al mediodía mandaron a sus secuaces a eliminar a mi vejo. Lo mataron como si fuese un animal en un frigorífico. Y yo sin poder hacer algo para evitarlo.

Seguí caminando bajo el cielo oscuro. Las estrellas en lo alto parecían danzar a mi lado, y la luna majestuosa se mostraba en todo su esplendor. Es bello poder estar aquí para ver estas maravillas. Pero todo tiene un límite. Llega un momento en que no es posible soportar esta locura.

Hubo un tiempo en que no quería estar solo, y pensé buscar una compañera, pero después de pensarlo bien, no puedo condenar a alguien a estar a mi lado por siempre. Entonces desistí de esa idea.

Esta locura de muerte y demencia; de furia y desesperación por hacer daño, y por no querer hacerlo me esta volviendo loco. Seguramente debo estar loco por seguir así y aquí después de tantos años. Ya no quiero presenciar más de esta aberración. Los años pasan y pasan, y nada ni nadie va a cambiar algo de lo que paso.

Mientras miraba mis cicatrices, sentado en una cornisa en lo alto de un edificio, pensaba la posibilidad de intentarlo. Es difícil enfrentarse a lo desconocido. Pero en mi cabeza, la locura se esta apoderando de mí, y no quiero hacer mas daño de lo que ya he hecho. Ni tampoco que me hagan mas daño del que ya me han provocado. Quizás sea hora de quedarme aquí, a esperar ese momento.

“¡Que noche mas hermosa! Y hace muchos años que no veo un amanecer” Sonreí confiado de que era la decisión correcta. Así que simplemente... espere para ver el amanecer.

Duras decisiones le toca tomar a uno en la vida, sobre todo las decisiones de vida o muerte. Pero uno debe confiar en si mismo, y estar seguro. Yo creo que esta decisión es la indicada y lo lamento porque debería haberla tomado mucho antes... solo espero poder ver a mis viejos antes de irme al infierno.

Las horas pasaron y el amanecer estaba llegando. Por las calles la gente salía de sus casas para comenzar un nuevo día. Sentado en la cornisa, observaba todo ese mundo del cual lo habían sido separado hacia muchos años.

El sol finalmente asomó sus primeros rayos.

Él sintió un hormigueo en el cuerpo, también un ardor en su piel, en su rostro, manos y cuello.

Quiso cubrirse los ojos de los rayos solares, pero la carne de su mano comenzó a convertirse en cenizas.

…Al igual que su cuerpo…

… y todos sus huesos.

Cuando finalmente fue un puñado de cenizas sobre la cornisa, la brisa se lo llevo.