Parado frente al espejo del baño, pensaba en lo extraño que había sido
todo el día. “Nunca pensé que podría hacer las cosas de esta manera.
Todo esto es interesante y placentero” me dije, mientras aseaba mis
manos con agua y jabón. Acomode mi valija sobre el inodoro, y corrí el
cierre para sacar algunas cosas que iba a usar en ese momento. Buscando
entre prendas de vestir, tomé mi estuche de cuero negro. En la
habitación, del otro lado de la puerta, la escuche a ella preguntar:
- ¿Quieres que pida algo de beber? –
Aguarde unos segundos pensando en lo que me gustaría en ese momento,
pero decidí que lo mejor seria no dejar que otro desconocido nos viera,
así que le respondí que no quería nada. “Aunque me gustaría beber una
buena copa de vino tinto” me dije, al mismo tiempo que recordaba lo loco
que había sido todo ese día.
“Me llamo Sofía” Había dicho ella sentada junto a mí, en el ómnibus
que viajábamos. Al principio titubee sorprendido, porque no hubiese
imaginado la posibilidad de que me hablara, y mucho menos que sucediera
esto que estaba por pasar. Más aun cuando la había visto perdida dentro
del micro buscando su asiento. Era evidente que no era usual para ella
manejarse en ese medio de transporte.
Yo le respondí “Lautaro”, su expresión al aguardar unos segundos fue
graciosa, debido a que fue como si esperara algo más y como yo no
conteste, insistió preguntando por mí apellido. Yo solo le reiteré mi
nombre, agregando “Soy músico” ella sonrió y conversamos durante todo el
viaje.
- Apúrate que ya estoy en la acostada y dispuesta.- la escuche decir,
logrando que regresara de ese recuerdo para continuar con lo que estaba
preparando.
Después de acomodar en perfecto orden los utensilios del estuche,
observe reflejado en el espejo mi rostro. Viendo esas arrugas de
expresión me pregunté ¿Cuantos años han pasado?, y de la nada vino a mi
memoria aquel recuerdo de la primera vez que lo había hecho. Siendo un
completo inexperto, casi me atrapa el padre. Por suerte esa vez, y a
pesar de haber dejado un enchastre por todos lados, pude escapar por la
ventana. Y aunque haya sido de un primer piso salí ileso, porque una
mata de ligustrina amortiguo el porrazo que me pegue.
- ¡Que julepe me pegue esa vez!- dije riendo sin darme cuenta.
- ¿Como dices amor? –
- Nada, nada ya salgo.-
Lo único malo de todo aquello fue te tuve que abandonar mi querida
provincia. La muchacha en cuestión era la hija del comisario del pueblo.
De la variedad de instrumentos elegí la sierra “Charriere” porque el
sonido que produce al cortar los huesos, es alucinante. Me coloque los
guantes, luego el delantal y el gorro. Parado frente al espejo, estrale
mis nudillos, también el cuello. Respire profundo y con una sonrisa, me
dije:
- Mírala a los ojos, hazle saber que todo va a estar bien.-
Abrí la puerta del baño y me abalance en dirección a la cama. Pero toda
la habitación estaba en completa oscuridad. Torpemente tropecé con
algo, y perdiendo el equilibrio caí desparramado en el suelo. La sierra
se me escapó de la mano, y por más que tanteaba el piso, no pude dar con
ella.
- ¿Sofía? – pregunte nervioso sin comprender lo que estaba pasando.
Inmediatamente, en mi espalda, sentí que algo punzante y candente se
hundía entre mis costillas. Me invadió un dolor tan intenso y
desconocido que me impidió continuar llenando de aire mis pulmones. Casi
al mismo tiempo un calor húmedo se formó en todo mi pecho. La alfombra
comenzó a ponerse viscosa y resbalosa por la sangre salía de mi cuerpo.
Trate en vano de manotear erráticamente aquello que quemaba mis
pulmones, pero por mas que lo intentaba no lograba encontrar el lugar
donde estaba clavado. Es más, parecía que estaba en toda mi espalda. En
ese momento y viendo que todo aquello negro se volvía rojizo, el terror
me invadió cuando no pude controlar mis extremidades. Fue entonces
cuando alcance a escuchar un susurro en mi oído:
- Mmm, me encanta como te retuerces… sonríe a la cámara.-
Y luego de ver el flash, quise responder pero me fue imposible. En mi voz ya no había vida que pudiera escucharse.
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